Pon acento en las palabras que lo necesiten
“Pensé en recurrir como siempre a Candelaria, pero tras el balcón comprobé la negrura de la noche, el viento imperioso que azotaba una lluvia cada vez más densa y los relámpagos implacables que se abrían paso desde el mar. Ante aquel escenario, el camino a pie hasta la pensión se me figuró como el más escarpado de los senderos hacia el infierno. Decidí, pues, ingeniármelas sola: me hice con lápiz y papel y me senté en la mesa de la cocina dispuesta a emprender la tarea. Hora y media más tarde allí seguía, con mil cuartillas arrugadas alrededor, sacando punta al lápiz por quinta vez con un cuchillo, y sin saber aún cuantos marcos alemanes serían los cincuenta y cinco duros que tenía previsto cobrar a la alemana. Y fue entonces cuando, en medio de la noche, algo se estrelló con fuerza contra el cristal de la ventana. Me puse en pie con un salto tan precipitado que con el tumbé la silla.. Inmediatamente vi que había luz en la cocina de enfrente, y pese a la lluvia, y pese a la hora, allí descubrí la figura redonda de mi vecino Félix, con sus gafas, el pelo ralo encrespado y un brazo en alto, listo para lanzar al aire un segundo puñado de almendras. Abrí la ventana dispuesta a pedirle airada explicaciones por aquel incomprensible comportamiento pero, antes de decir siquiera la primera palabra, su voz atravesó el hueco que nos separaba. El repiqueteo espeso de la lluvia contra las baldosas del patio de luces tamizó el volumen; el contenido de su mensaje, no obstante, llegó diáfano”.
María Dueñas. El tiempo entre costuras
“Pensé en recurrir como siempre a Candelaria, pero tras el balcón comprobé la negrura de la noche, el viento imperioso que azotaba una lluvia cada vez más densa y los relámpagos implacables que se abrían paso desde el mar. Ante aquel escenario, el camino a pie hasta la pensión se me figuró como el más escarpado de los senderos hacia el infierno. Decidí, pues, ingeniármelas sola: me hice con lápiz y papel y me senté en la mesa de la cocina dispuesta a emprender la tarea. Hora y media más tarde allí seguía, con mil cuartillas arrugadas alrededor, sacando punta al lápiz por quinta vez con un cuchillo, y sin saber aún cuantos marcos alemanes serían los cincuenta y cinco duros que tenía previsto cobrar a la alemana. Y fue entonces cuando, en medio de la noche, algo se estrelló con fuerza contra el cristal de la ventana. Me puse en pie con un salto tan precipitado que con el tumbé la silla.. Inmediatamente vi que había luz en la cocina de enfrente, y pese a la lluvia, y pese a la hora, allí descubrí la figura redonda de mi vecino Félix, con sus gafas, el pelo ralo encrespado y un brazo en alto, listo para lanzar al aire un segundo puñado de almendras. Abrí la ventana dispuesta a pedirle airada explicaciones por aquel incomprensible comportamiento pero, antes de decir siquiera la primera palabra, su voz atravesó el hueco que nos separaba. El repiqueteo espeso de la lluvia contra las baldosas del patio de luces tamizó el volumen; el contenido de su mensaje, no obstante, llegó diáfano”.
María Dueñas. El tiempo entre costuras